Aunque el presidente, Donald Trump, presume de ser la persona «menos racista» que hay, su reacción a la violencia en Charlottesville no es el primer lío con tintes raciales en el que se mete.
Muchos descubrieron esta faceta de Trump cuando en julio de 2015 anunció su candidatura a la Casa Blanca con la promesa estrella de levantar un muro y calificando a los inmigrantes mexicanos de «violadores» y de traer «crimen» y «drogas» a EE.UU., pero las polémicas se remontan décadas atrás a su vida empresarial.
En 1973, el Departamento de Justicia interpuso una demanda contra Trump, apenas un veinteañero, y contra su padre, Fred, por vetar a ciudadanos afroamericanos del alquiler de sus apartamentos en Queens y Brooklyn (Nueva York), con independencia de su poder adquisitivo.
Trump, que ya había heredado la dirección del imperio familiar, alcanzó un acuerdo con los demandantes al ceder la gestión de unos apartamentos para minorías a una organización no gubernamental dedicada a defender de la discriminación a los afroamericanos.
Años más tarde, a finales de los ochenta, Trump volvió al ruedo con unas polémicas declaraciones sobre los afroamericanos.
«Un afroamericano instruido tiene una ventaja tremenda respecto a un blanco instruido en el mercado laboral. Ya lo dije una vez, incluso refiriéndome a mi mismo, si volviera a empezar hoy, me encantaría ser un afroamericano instruido, porque creo que tienen una ventaja real», dijo en televisión.
Si en 2015 fue con los mexicanos y en los setenta y ochenta con los afroamericanos, en 1993 puso el foco sobre una tribu de indígenas estadounidenses que gestionaba uno de los casinos de Atlantic City competencia directa del suyo.
«A mi no me parecen indios (indígenas)», dijo entonces Trump, durante una audiencia en el Congreso sobre apuestas.
Influenciado por ideas más progresistas, Trump inauguró en 1995 su famoso club privado de Mar-a-Lago -actual segunda residencia presidencial- abierto a parejas homosexuales, afroamericanos y judíos, que habían enfrentado restricciones de acceso en otras instalaciones parecidas de Palm Beach (Florida).
Aunque quien fuera presidente del Hotel y Casino Trump Plaza de Atlantic City, John O’Donnell, explicó a The Washington Post que Trump culpó a afroamericanos que trabajaban como contables en sus negocios de los problemas financieros que le llevarían más tarde a la quiebra.
«Tengo contables afroamericanos en el Trump Castle y en el Trump Plaza, ¡afroamericanos contando mi dinero! Los únicos que quiero contando mi dinero son tipos bajitos que lleven kipá todos los días. La pereza es un rasgo entre los afroamericanos. Realmente lo es. Así lo creo. No es algo que puedan controlar», dijo Trump, según O’Donnell.
Con los «tipos bajitos que lleven kipá» se refería, aparentemente, a los judíos.
Pero sus mayores polémicas corresponden a su periodo reciente como potencial aspirante, candidato y presidente.
Por más de cinco años, entre marzo de 2011 y septiembre de 2016, Trump emprendió una campaña de acoso al expresidente Barack Obama, al que acusó de haber nacido en Kenia y de haber falsificado su certificado de nacimiento, un engaño que caló en algunos sectores sociales y que le sirvió para catapultar su perfil político.
Sin embargo, fue durante la campaña que utilizó a los mexicanos como chivo expiatorio.
Además del muro y los insultos, en junio de 2016, en el marco de un litigio en el que se le acusó de cometer fraude con la Universidad Trump, el entonces candidato acusó al magistrado que instruía la causa, Gonzalo Curiel, de tener un «conflicto de intereses inherente» por el hecho de tener origen mexicano.
«No soy un racista, de hecho, soy la persona menos racista con la que te habrás encontrado», se defendió entonces Trump en una entrevista con el Post.
La más reciente de las polémicas raciales de un Trump que ya ocupa la Casa Blanca tiene que ver con los sucesos del sábado pasado en Charlottesville, donde un neonazi arrolló con su automóvil una manifestación antirracista y mató a una mujer e hirió a una veintena de personas.
El presidente tardó 48 horas en condenar de forma explícita a los grupos ultraderechistas -neonazis, supremacistas blancos, Ku Klux Klan y alt-right- que se congregaron en Charlottesville, pero justificó sus motivos: la defensa de una estatua del general confederado Robert Lee que el alcalde de la ciudad quiere retirar.
«Mucha gente también estaba allí para protestar por la retirada de una estatua de Robert E. Lee. Esta semana es Robert E. Lee. (…) Me pregunto, ¿es George Washington la semana que viene? ¿Es Thomas Jefferson la siguiente?», dijo el presidente, que se ganó así las simpatías de los nostálgicos de la Confederación, los estados sureños que se rebelaron en defensa de la esclavitud.