Antes de las manifestaciones de odio y la trágica pérdida de Heather Heyer, una joven que aparentemente acogía las virtudes de la sanación, se estaba produciendo una transformación en Charlottesville, Virginia. Esta ciudad universitaria, donde aproximadamente el 80 % de los residentes son blancos, culminó un proceso legal en febrero cuando su ayuntamiento votó para quitar la estatua de Robert E. Lee de un parque de la ciudad.
Actos apasionados surgieron de lados opuestos, cuando los opositores entablaron una demanda para detener el retiro y la ciudad cambió el nombre del Lee Park al Emancipation Park (parque de la emancipación). Pero hubo un diálogo honesto y se dijeron verdades, los ingredientes para la sanación. Los vecinos aprendieron más los unos de otros, su cultura y motivaciones. Pero el progreso se descarriló.
Los manifestantes que se reunieron en Charlottesville eran en gran parte hombres blancos, a menudo percibidos como privilegiados en nuestra sociedad, y entre sus lemas estaba «no seremos substituidos» por los inmigrantes, los negros, los judíos, o los homosexuales. En lugar de sentirse fortalecidos, se sentían amenazados y parecían afligidos. Sus corazones y mentes necesitaban sanación.
Pero la sanación racial no comienza hasta que usted no descubra intencional, respetuosamente y pacientemente las verdades compartidas, como los residentes de Charlottesville habían comenzado a hacerlo antes de la violencia y la agitación. Las verdades compartidas no son simplemente la eliminación de símbolos físicos, como monumentos.
Si bien puede comenzar a cambiar las narrativas, no alcanza el nivel de sanación que elimina el racismo de la tierra o crea comunidades equitativas. El racismo ha perseverado porque los remedios que van desde las leyes de alojamiento público hasta los fallos de la Corte Suprema están limitados en magnitud y alcance: No cambian los corazones y las mentes.
Se necesita un nuevo enfoque que penetre en la conciencia plena de nuestra sociedad, atraiga a todas las comunidades y se centre en la sanación racial y la verdad. La sanación racial puede facilitar la confianza y las relaciones auténticas que superan las extensas divisiones creadas por la raza, la religión, la pertenencia étnica y la situación económica.
Una vez que las verdades se comparten, el racismo es reconocido y los corazones empiezan a repararse, sólo entonces las comunidades comenzarán a curar las heridas del pasado y juntos avanzarán para enfrentar los prejuicios en los empleos, la educación, la vivienda y la salud, que causa disparidades generalizadas y le niega oportunidades a nuestros hijos.
Sin duda, la sanación racial se basa no sólo en un encuentro emocional, como decir que «lo sientes», sino que se basa en un relato de la verdad. Pero, ¿la verdad de quién? Todos tenemos nuestra propia verdad y necesitamos conversaciones colectivas para ayudarnos a alcanzar una verdad común y una visión para el futuro, basada en lo que decidimos juntos.
Y aunque compartir cada una de nuestras verdades individuales requiere compartir historias, alcanzar una verdad común es más que una mezcla de historias. Se trata de crear juntos un conjunto común de valores, principios, sabiduría y guía que está escrito en nuestros corazones, capturado en nuestra fe y en cómo nos tratamos como seres humanos. Todos nosotros la desarrollamos en la plaza, en los ayuntamientos, en la sala con familia y vecinos, todos en el crisol de la bondad humana. Ahí es donde desarrollamos «la» verdad.
* Presidenta y Directora General de Fundación W.K. Kellogg