Un caudal de emociones inunda el pecho futbolero en este Mundial 2018. Todos quienes hicieron el enorme esfuerzo de venir hasta Rusia son el mejor ejemplo de que «creer» es poder.
Aquí no importa la función que uno desempeñe como hincha, dirigente, árbitro, técnico, jugador o periodista … Todos creyeron en una ilusión y ahora gozan la mejor realidad, compartir esta fiesta del balón y su grito de gol que nos desgarra gargantas con pasión.
Qué importa si el camino para llegar hasta acá fue demasiado duro. O si muchos nos «aconsejaron» mejor quedarnos en casa y no venir porque sería demasiado costoso o peligroso o loco … Eso, ya no importa nada.
La felicidad que genera esta aventura llamada Mundial lo vale todo y borra los malos augurios. Poder representar con orgullo a tu país, desde la cancha, la tribuna o el escritorio de prensa, es el gran premio mundialista.
Y poder abrazarse con compatriotas o personas de otras nacionalidades, en especial la linda y amable gente rusa, unos desconocidos que se convierten en nuevos amigos, es la verdadera fiesta interminable.
Más allá de resultados (ganar, perder, empatar); o de viajar largas horas para ir a los estadios (en bus, tren, avión, taxi, bote, bicicleta, o lo que sea); o de perder reservas de hoteles, conexiones de viajes, algunos artículos personales o documentos … Y hasta perder la voz alentando con el alma a tu selección … Hay algo que lo compensa todo y no tiene precio.
Lo mejor del Mundial es poder lucir a todos la camiseta de nuestro amado país por más de 90 minutos, y ondear la bandera de la amistad y solidaridad junto a otras personas que también creen que el deporte une corazones y derriba fronteras.
En resumen, es marcar un golazo inolvidable desde Rusia.
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