La niña guatemalteca de 7 años que falleció bajo custodia de la Patrulla Fronteriza se convirtió en la última víctima de la «mortal» travesía para cruzar ilegalmente la frontera y de las duras condiciones de las celdas donde encierran a los migrantes, comúnmente llamadas «hieleras».
«Nos preocupa que en las ‘hieleras’ hay reportes frecuentes de las condiciones no adecuadas para la vida humana y muy especialmente para niños», dijo Kristin Love, abogada de la Unión Estadounidense de Libertades Civiles (ACLU, en inglés).
La misma inquietud mostró Carlos García, director de Puente en Arizona, que explicó que, de acuerdo a los testimonios de cientos de inmigrantes que son retenidos en las «hieleras», llamadas así por sus bajas temperaturas, estos carecen de atención médica y en ocasiones no les dan alimentos ni agua.
«Algunos de estos sitios tienen una fuente de agua, pero la mayoría carecen de agua. Estamos hablando de personas que han caminado en el desierto por días, vienen deshidratados y los someten a temperaturas muy bajas, donde están todos amontonados, enfermos y sin medicamentos», detalló sobre estas celdas.
Según un comunicado de la Patrulla Fronteriza (CBP), del que informó The Washington Post, la niña llevaba «varios días sin comer o consumir agua» en el momento de su detención.
De acuerdo a CBP, la niña y su padre fueron detenidos el 6 de diciembre en Nuevo México tras entregarse a los agentes con un grupo formado por 163 migrantes y fueron trasladados a una de sus instalaciones, donde tuvieron acceso a agua, comida y aseos.
Pero más de 7 horas después de ser detenida la niña empezó a tener convulsiones y fue trasladada en helicóptero a un hospital, donde llegó con paro cardíaco. En el hospital lograron reanimarla, pero murió horas después.
Aunque la autopsia aún tardará algunas semanas, los médicos del Hospital Providence de El Paso, donde la atendieron, indicaron que los síntomas que mostró coinciden con los de choque séptico, deshidratación y fiebre.
Pero los retos que enfrentan los migrantes empiezan en la dura travesía, y el desierto se convierte a menudo en una trampa natural donde los indocumentados se extravían fácilmente, no hay sombra que los pueda cobijar del sol y las altas temperaturas diurnas, mientras que rozan los cero grados centígrados durante la noche.
Rafael Larraenza Hernández, director de Ángeles del Desierto en Arizona, grupo que busca a inmigrantes que se pierden en su intento de llegar a EE.UU., dijo que puede ser fatal para un menor el cruzar el desierto o las montañas.
«Para un niño los caminos son mortales, es un sufrimiento tremendo para los menores, que tienen que caminar hasta 140 millas durante días, y por lo regular la Patrulla Fronteriza deja que hagan todo ese recorrido y ya los está esperando en la carretera para detenerlos; pero ya vienen enfermos, deshidratados y algunos con lesiones», explicó.
A diario cruzan la frontera unos 1.500 migrantes, de los cuales uno pierde la vida cada día.