Cuando Alex Sánchez tenía 3 años de edad, y su hermano 1 año y medio, sus padres los dejaron al cuidado de unos conocidos en su país natal El Salvador y se vinieron a Estados Unidos. Pasaron cinco años para que los padres pudieran traer a sus hijos, tiempo en que Alex solo vio a su mamá a través de una foto en blanco y negro, imagen que ella le dejó al partir cuando tenía solo 16 años.
Sin embargo, ese momento de la ansiada reunificación en EE.UU. en los que pensaban que iban a volver a ser una familia no sucedió así y por el contrario fue para Alex el inicio de su incorporación a las pandillas.
Es una realidad que Sánchez narró paso a paso a educadores, trabajadores sociales y miembros de organizaciones sin fines de lucro que se dieron cita el 12 y 13 de abril en el primer Instituto sobre Intervención de Pandillas en el Trabajo, organizado por la entidad S.T.R.O.N.G. Youth Inc. en asociación con la Universidad de Hofstra, Nassau Boces y la Iglesia Católica St Martha Roman, para definir cuales son las raíces de este problema que urge soluciones verdaderas.
Deportación no es la solución
Alex Sánchez, es hoy en día Director de Homies Unidos en Los Ángeles, California, entidad que ayuda a ex pandilleros a reintegrarse a la sociedad a través de talleres. Uno de los invitados especiales y quien a través de un conmovedor relato dejó en claro que después de tantos años no ha sido posible erradicar las pandillas porque las políticas no van a solucionar el problema, sino a exportarlo.
“En Long Island se están implementando las medidas que en 1996 se aplicaron en Los Ángeles, las cuales permiten deportar a alguien aún estando legal si ha cometido crímenes o tiene una afiliación con pandillas, entonces el problema no se está corrigiendo, se está exportando a otro lado, muchos de ellos regresan, son aún un problema”, recalca Sánchez.
Alex Sánchez, ex pandillero quien fue deportado en 1994, reingreso al país en 1998 empezando su dedicación y trabajo con jóvenes y en el 2002 logró obtener asilo político, actualmente es una de las personas con mayor conocimiento en el tema de pandillas en Los Ángeles, lugar donde inició la MS-13 y fueron esas mismas vivencias las que compartió en Long Island con el fin de mostrar porqué un joven o niño entra a una pandilla.
“Cuando llegué a este país recuerdo que mis padres nos recogieron en una camioneta y en ese trayecto nos mirábamos como si fuéramos totalmente desconocidos. No reconocí a mis padres, eran otros”, relata Sánchez quien a los 7 años dejó de vivir en una casa en El Salvador donde podía salir a jugar, ver desde la puerta por un lado las montañas y por el otro el río, para vivir en un lugar donde no podía salir porque era peligroso.
“Llegamos a ser una carga para mis padres, encontramos otro hermano y mi mamá estaba embarazada, teníamos que acomodarnos todos en un apartamento de una sola alcoba”, recuerda Sánchez.
Entonces se dio cuenta que la reunificación familiar era cruel: “mi relación con mis padres se había fraccionado para siempre y a veces esas rupturas nunca se componen, quedas con un trauma de por vida”, insiste.
Luego explica como muchos jóvenes y niños llegan a reunirse con sus familias pero en ese proceso se encuentran con una dura realidad: padres que ya no conocen porque no los han visto por años, algunos llegan a vivir con padrastros, con nuevos hermanos que no hablan ni siquiera español, etc … Situaciones familiares de fondo que los llevan a la edad de 10, 11 o 12 años a refugiarse en una pandilla.
Cómo reemplazar la pandilla
“Esos niños, al igual que yo lo viví, no piden ayuda y empiezan en las escuelas a ser perseguidos por pandilleros que los ven vulnerables, encuentran lo que en su momento creen es un apoyo en medio de esa soledad, comienzan a sentir el poder que les da la pandilla y es aquí donde debemos pensar cómo vamos a reemplazar ese poder que ellos reciben de una pandilla por programas de prevención e intervención”, enfatiza Sánchez.
Un mensaje que sugiere que las escuelas deben ir al fondo y a la raíz del problema, ser más agresivas con el apoyo sicológico a jóvenes y niños, crear programas de seguimiento a menores que acaban de llegar al país y también buscar que éstos perdonen a sus padres y sean capaces de pedir ayuda.
“Ahora entiendo cual era la situación de mi madre al dejarme a los 3 años de edad. Ella no me dejó porque quería hacerse rica o darme mejor vida, ella me dejó porque no tenía otra opción de sobrevivir y eso nos costó mucho”, puntualiza Sánchez.
Asimismo, pidió a los educadores de Long Island no desfallecer en la búsqueda de mejorar la vida de un niño inmigrante, “Si plantamos buenas semillas, aunque se demoren, al final van a crecer y se van a ver los resultados”.
Olvidar y pedir ayuda
“Hablando con jóvenes y niños he aprendido que ellos siempre llevan adentro algo que no perdonan, una semillla con la que han sembrado odio. El mensaje es olvidar, pedir ayuda y rodearte de personas positivas cuando algo esté pasando en tu vida”, recomienda Hashim Garrett, ex pandillero y orador inspiracional de la entidad Breaking the Cicle, que participó en el primer Instituto sobre Intervención de Pandillas.
“Invitamos a organizaciones que nos pueden ayudar en este camino. Esto no es un entrenamiento, es una cooperación mutua. Son los educadores los que están todos los días enfrente de esta problemática”, indica Sergio Argueta, Fundador de S.T.R.O.N.G. Youth Inc., entidad sin fines de lucro dedicada a la prevención e intervención de pandillas en Long Island y promotora de este primer Instituto.
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