Este artículo fue publicado originalmente por THE CITY el 24 de marzo de 2020.
Su calle de Harlem estaba en calma y su estudio a oscuras el día que Liz Jackson escribió a mano en una hojita de papel cuadriculado su nombre, la fecha y un mensaje: “¿Alguien más está haciendo cuarentena en solitario?”. Le tomó una foto, y la colgó en Instagram.
Jackson, de 37 años y con sistema inmunológico comprometido, llevaba casi una semana sola en su apartamento por causa del coronavirus. Su contacto más cercano es su ex-novia Megan, con quien comparte el cuidado de su perro.
Megan hizo compra para Jackson, quien no podía arriesgarse a entrar en la tienda, y le dejó la bolsa afuera en el suelo al lado de su puerta.
“Entonces, se fue”, dijo Jackson. “Y yo recuerdo que pensé: ‘Solo necesito un abrazo’”.
Antes de que el Gobernador Andrew Cuomo mandara al estado entero a quedarse en casa en lo posible, los neoyorkinos ya habían empezado a replegarse para intentar protegerse y “aplanar la curva” de la propagación del virus.
Para los más de un millón de residentes que viven solos en los cinco condados – de los cuales 58% son mujeres, según datos de la Oficina del Censo – el aislamiento puede resultar particularmente difícil de sobrellevar. Mucha gente se encuentra apartada de las rutinas, amigos y lugares de socialización que les proveían contacto humano y un sentido de bienestar.
Cuando el COVID-19 emergió en la ciudad, Jackson estaba apenas recuperándose del dolor de una ruptura amorosa en diciembre. Había comenzado a pintar un detallado dibujo de su perro. Ahora se limita a hacerlo durante solo una hora al día para que le dure más.
“En el fondo de todo esto, se oculta una sensación profunda de un anhelo que no ha sido cumplido”, dijo. “Porque sé que yo no hubiera optado por estar sola si hubiera podido escoger.”
Pero aun aquellos a quienes les gusta vivir solos están lidiando con la interrupción del equilibro habitual de la vida “solitaria pero sociable” de la ciudad.
‘Volví corriendo a casa’
César Cárdenas miraba por la ventana a ver si había gente en Court Street.
Trabajó en su resumé, barrió y limpió el piso, y jugó a lanzarle una bola peluda color marrón a su gato Mushi durante cerca de una hora. También ha comenzado a fumar cigarrillos de vapor.
Normalmente, Cárdenas, de 40 años, está feliz de vivir solo en su apartamento de Brooklyn. Solía salir con amigos a cenar regularmente, y a veces iba a bailar a alguna fiesta a las 2 a.m.
Además, compraba vegetales en las tiendas locales de Carroll Gardens, y a veces bajaba del tren una o dos paradas antes para hacer algo de ejercicio.
“Todas estas cosas que me ayudaban a seguir adelante (…) durante el día, ya no están”, dijo desde el apartamento del que no ha salido desde el 7 de marzo, ya que no tiene trabajo y está tratando de evitar el coronavirus.
El jueves, decidió abortar la misión de ir a comprar comida para su gato y jabón para los platos.
“Iba a salir, pero vi gente que venía hacia mí en la acera en las dos direcciones,” dijo, “y volví corriendo a casa.”
A Cárdenas le preocupa su plan de retiro 401(k), le preocupa que sus padres se mueran, y está tratando de mantener cierto sentido de opciones en medio del encierro.
“¿Quién sabe?”, dijo. “Quizás me haga café, quizás me haga té.”
‘Tengo que guardar la compostura’
Jack Davis, que está en sus cincuentas, se levantó el domingo a las 4 a.m. como siempre.
Se ejercitó haciendo dominadas y lagartijas en su apartamento de una habitación, leyó parte de una novela detectivesca, y vio la película de acción “Bloodshot” y “The Photograph”, una historia de amor, en DVD.
Luego, salió afuera un momento y se topó con un amigo que, como él, estuvo en la cárcel. “Esto se siente como la hora de recreo”, comentaron.
Davis calcula que pasó entre cinco y siete años en una celda incomunicada en una cárcel al norte del estado antes de salir en libertad en 2013.
A veces, piensa en los que siguen ahí y en la posibilidad de que Albany apruebe una ley para limitar el tiempo que se puede mantener a un confinado en solitario.
A Davis, las medidas actuales de auto-aislamiento le traen malos recuerdos de la “unidad de alojamiento seguro” (“secure housing unit,” o SHU), la celda fría y pequeña donde lo encerraban solo durante meses. “La soledad se siente como si estuvieras en la SHU”, dijo.
Cuando está aburrido, en vez de ir a casa de algún amigo como solía, Davis solo ve la SHU.
“Solo pienso en eso”, dijo. “Pienso en eso. Tengo que guardar la compostura.”
“Esta historia fue publicada originalmente por THE CITY (www.thecity.nyc), una organización de noticias independiente y sin fines de lucro dedicada a los informes contundentes que sirven a la gente de Nueva York”.
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